Innovación educativa (o creer que el poncho nos queda grande sin saber que lo llevamos puesto)

Hacer cosas tan sutiles como diseñar un proyecto educativo de largo aliento, en donde docentes y estudiantes (de) y (re) construyan el conocimiento y creen algo nuevo es precisamente una acción innovadora.
Hacia fines de 2019, trabajaba en un colegio particular subvencionado de La Araucanía. Al igual que mis colegas y los propios estudiantes, esperábamos ansiosos cómo serían las nuevas asignaturas que proponía el MINEDUC en el marco de las nuevas Bases Curriculares para III° y IV° medio, publicadas ese año. Luego de un arduo trabajo de presentación, explicación y elección de un abanico complejo, pero enriquecedor de materias, los estudiantes pudieron escoger sus “trayectorias formativas” de acuerdo con sus intereses y futuras aspiraciones.
Los docentes, en tanto, comenzamos a revisar los Programas de Estudios, y aquí vino el primer “susto”: ¿dónde está la materia? El segundo susto lo trajo nuestro coordinador, cuando entregó la carga horaria para 2020: en lo que refería a las nuevas asignaturas electivas, cada una de ellas, arrojaba un total de seis horas a la semana. “¡Seis horas! pero ¿qué hago en tantas horas durante todo el año?”. Fue ahí cuando apareció otro documento que albergaba la clave para desarrollar esta nueva y desafiante propuesta curricular: Metodología de aprendizaje basado en proyectos, editado por la Unidad de Currículum y Evaluación del Mineduc.
Y es que la política pública no nos decía que debíamos pasar “más materia” en esas seis horas, sino que pedía generar un cambio en la manera de abordar el conocimiento con los alumnos, alcanzando con ello un grado de profundidad que sólo podía ser desarrollado a través de metodologías de aprendizaje distintas, más participativas, constructivistas y críticas. Las condiciones de electividad hacían que los grupos de estudiantes fueran pequeños, estuvieran interesados intrínsecamente y tuvieran tiempo para la asignatura (¡El sueño del docente!). Y aunque la queja, el miedo y el peso de la tradición seguían siendo obstáculos latentes, se logró el objetivo propuesto y aprendimos mucho de ello.
En Chile, las políticas educativas van encaminadas a incentivar mayores grados de autonomía por parte de los equipos directivos y de los propios docentes en lo que refiere a poder adaptar los conocimientos y profundizar, a través de ellos, competencias que los estudiantes deben saber movilizar a fin de desenvolverse óptimamente en nuestra actual sociedad. Hacer cosas tan sutiles como diseñar un proyecto educativo de largo aliento, en donde docentes y estudiantes (de) y (re) construyan el conocimiento y creen algo nuevo, algo en lo cual se siente parte y conlleve una manera distinta de aprender e incluso distinta de evaluar, es precisamente una acción innovadora. ¡Sí, realizando cosas que los/as profesores ya saben hacer, pero enfocándolas de otra manera!
Por otro lado, el papel que juegan los equipos directivos es clave. Cuestiones como el respaldo de la dirección en el quehacer de sus docentes, incentivándolos a innovar, favoreciendo y resguardando el trabajo colaborativo entre pares; la fijación de hitos y actividades institucionales asociadas a la muestra de resultados y productos elaborados por los alumnos/as y la incorporación de los propios padres y apoderados a que vean el trabajo de sus hijos/as, son sólo algunos de los elementos que la dirección de los centros educativos deben considerar si desean que sus profesores se atrevan a diseñar propuestas diferentes.
Los recursos y materiales están a un click de descarga; las horas y los tiempos, también. Pero si no lo intentamos, jamás sabremos de lo que son capaces nuestros docentes y, sobre todo, nuestros estudiantes, en su largo y enriquecedor proceso de aprendizaje escolar.
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Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no representan necesariamente la opinión institucional de Educación 2020 o UNICEF.